miércoles, 5 de diciembre de 2012



Suniwas
Ein Reporter erzählt von seinen Eindrücken in Suniwas, im Gebiet der Mayangnas in Sauni As gelegen.


5 de diciembre de 2012
Un territorio mayagna no apto para forasteros

RAAN, Nicaragua | elnuevodiario.com.ni

Una noche en Suniwás



Patricio Celso, mi anfitrión, dice que la gente de su comunidad es pacífica y abierta a todos los que deseen visitarles. Sin embargo, aclara que son muy celosos cuando se trata de mezclarse con otras etnias

Orlando Valenzuela | Especiales

Una noche en Suniwás
Mujeres mayagnas amasando el pan para la celebración religiosa. ORLANDO VALENZUELA/END





Al cruzar el río Kuabul, estaba entrando en los dominios del pueblo indígena mayagna, una de las etnias autóctonas que habitan la extensa Región Autónoma Atlántico Norte (RAAN), de Nicaragua. También es la puerta de entrada a la mayor reserva forestal de Centroamérica y tercera en el mundo, razón por la cual fue declarada en 1997 por la Unesco como Reserva de Biosfera de Bosawás.
Al otro lado del pedregoso río, 25 casas de tambo alzadas en troncos de madera alrededor de una pequeña iglesia de techo de tablas pintadas en blanco, forman la comunidad Suniwás, que en lengua mayagna significa “lugar donde abundan los caracoles”.
El sol se ha ocultado entre el espesor de la montaña y es necesario encender el foco. Dos veces pasamos la corriente del mismo río, porque este se abre en dos brazos casi frente a la puerta de entrada a la comunidad.
En casa de Celso Lino
Siguiendo al guía, subimos y bajamos un pequeño promontorio y luego encontramos un zanjón por donde pasa un riachuelo que cruzamos sobre un tronco que sirve de puente y finalmente subimos la pequeña colina sobre la que se asienta la casa de Patricio Celso Lino, quien me brindaría albergue esa noche.
El hombre no estaba en casa, pero había dejado razón de que me recibieran. Me hicieron pasar y me dijeron que él estaba en una celebración de la iglesia, que ya vendría. Esperé un rato. De lejos escuché música como de una fiesta mundana, con el típico ritmo de mariachis norteños y palmadas, lo que me extrañó porque la música venía de la iglesia, por lo que me animé a ir ver qué pasaba.
Un particular servicio religioso
Cuando bajé la colina y llegué a la iglesia ya el servicio religioso había terminado, pero la música y aquellas canciones seguían, y al momento me percaté de que su contenido era cristiano, pero con aquel ritmo que mucho gusta a los campesinos de la zona.
Un poste en el centro del predio baldío que sirve de área verde, con una potente lámpara incandescente indica que la línea del progreso ha llegado con el alambrado público.
En su inocente algarabía, niños de ambos sexos corren tras una pelota de goma celeste y hacen jugadas imitando a los grandes futbolistas de las ligas profesionales europeas. Dos botas de hule colocadas a ambos lados de un jugador designado, forman la imaginaria portería de esta cancha sin medidas.
Horneando en olla
En la cocina, Yalina, la esposa de Patricio, prepara en una vieja lata de leche en polvo, la primera ración de café, mientras otras dos mujeres amasan la harina para hacer bollos de pan horneado. En el piso de tablas, una gruesa olla de aluminio cubierta con una lámina de zinc, sobre la que flamean cuatro rajas de leña con brillantes brasas, forman un original y eficiente horno de presión de donde ya sale el aroma a pan caliente.
Un ritual de niños y el sacrificio del torete
Junto a la iglesia, grupos de niños entre risas y juegos parecen calentarse alrededor de tres fogatas, pero al acercarme veo que son nóveles panaderos cuidando sendas porras con barras de masa de harina enrollada, que ellos mismos se encargan de darles vueltas con una cuchara cuando ven el color dorado del pan.
Mientras tanto, un manso y robusto torete fue amarrado en el poste de luz, y minutos más tarde, entre la curiosidad y algarabía de los niños, un joven de la comunidad hizo a un lado a los pequeños, se acercó al bobino y con una escopeta le metió un tiro en la frente; inmediatamente un adulto procedió a degollar al animal.
La fiesta
A las ocho, la noche apenas empieza para esta comunidad que hoy celebra una acción de gracias por el año que pronto terminará. Por ese motivo los miembros de la iglesia Morava se han reunido para compartir la celebración de la Palabra, con cánticos y música religiosa, pero también con comidas y bebidas de acuerdo a sus tradiciones.
Mientras las mujeres preparan las ollas con ingredientes para la sopa, los hombres destazan el torete en el mismo lugar donde lo sacrificaron. Los niños continúan jugando con la pelota y al fondo de la iglesia un trío entona a voz baja melodías cristianas al son de guitarras.
Los vecinos que se habían ido empiezan a regresar a comprar la carne de res y bajo una pertinaz brisa cruzan el campo y se pierden entre las sombras de la noche. El resto de la carne se venderá asada, en sopa y cruda a gente que pase de otras comunidades. El objetivo es recaudar fondos para darle mantenimiento a la iglesia, que ya requiere reparación.
En la cocina el pan ya está listo, mientras el café suelta un fuerte vapor y el aroma propio de esa bebida quitasueño. Me dieron un pan y un vaso de café caliente, que de verdad estaban ricos.
Para ser novio de una mayagna
Patricio Celso, mi anfitrión, dice que la gente de su comunidad es pacífica y abierta a todos los que deseen visitarles. Sin embargo, aclara que son muy celosos cuando se trata de mezclarse con otras etnias.
El pretendiente tiene que pedir permiso a los padres de la novia, para poder permanecer en territorio mayagna y, además, asimilar como propios los intereses de la comunidad a la que se está uniendo. La comunidad no permite la presencia de forasteros “desconocidos”.
“Para conservar nuestra tierra no tiene que haber mucha mezcla con otras razas, porque si se mezcla sin ningún control y se va dividiendo la propiedad, fácilmente, con el tiempo, el mayagna puede desaparecer”, señala Celso Lino.
La vida apacible en Suniwás
A pesar de estar a solo unos siete kilómetros de Bonanza, en Suniwás la vida sigue igual que siempre. Los hombres trabajan la tierra, las mujeres en la casa haciendo labores domésticas y los niños ayudando, entre juegos, en algunas labores.
Aquí los jóvenes se divierten jugando fútbol y béisbol los fines de semana, los más pequeños juegan trompo o canicas cuando llega la fiebre de estos juegos. Las opciones pues, son pocas.
Para los adultos las alternativas de recreación son menores, pues aquí no hay billares, bares, monederos ni cantinas, ya que la iglesia Morava no permite el consumo de licor ni los vicios entre sus feligreses. Pero siempre hay una manera de caer en pecado, cuando viajan al pueblo, donde los hombres aprovechan para tomarse una media de “cañita” o unas heladas cervezas.
Delitos menores y graves
Patricio Celso está claro de que las tentaciones son grandes, pero él es un férreo defensor de las costumbres de sus antepasados y de las riquezas naturales que les heredaron.
Recuerda que hace más de cincuenta años, cuando un hombre violaba a una muchacha se le sancionaba haciéndole pagar una vaca a la familia de la afectada, y cuando un varón se “robaba” a una jovencita, si los padres de ambos llegaban a un acuerdo, se les obligaba a casarse y allí terminaba ese problema.
Pero ahora, cuando alguien comete un delito, según su gravedad, es juzgado con las leyes indígenas, pues si se trata de un pequeño robo lo hacen devolver lo robado o pagarlo, pero cuando es una violación o un asesinato, se recurre a la Policía, ya que estos son delitos graves.
La noche estuvo fresca en casa de Patricio, pero en la madrugada el frío se coló debajo de la hamaca que tendí en una banca ancha de madera. A las 6:30 volví a pasar el Kuabul, después de una larga noche con una familia mayagna en Suniwás.
Inventario natural
“Nosotros tenemos de todo en nuestro bosque, madera, pesca, clima fresco, animales salvajes como jaguares, pumas, tigrillos y animales para comer, como danto, guatusa, guardatinaja, chancho de monte y venados. Este es nuestro hogar y nos sentimos orgullosos de nuestros antepasados”, señala Patricio Celso.
La comunidad de Lino Wisley
Esta comunidad fue fundada en 1972 por José Lino Wisley, que llegó de Awas Tigni después que un huracán que pasó por su zona le destruyó la vivienda y sus cosechas. Primero llegó a Musawas, la capital mayagna en la región, pero luego se vino a fundar una finca a este lugar, adonde fue trayendo a sus padres, tíos y hermanos hasta darle forma al caserío de lo hoy es Suniwas, según cuenta Argüello Celso Lino, profesor de primaria en la comunidad.
Celso cuenta que durante la década de los ochenta, toda su familia fue secuestrada por la Contra y llevada a la fuerza a Honduras, donde permanecieron hasta el año 1986, fecha en que regresaron a Bonanza, de donde en 1990 volvieron a Suniwas.
En la actualidad la comunidad de Suniwás tiene una población de 177 personas, las que se dedican a la siembra de maíz, frijoles, arroz, yuca y a la cría de cerdos, gallinas y un poco de ganado. Aunque viven a la orilla del río Kuabul, Argüello dice que tienen que ir largo a pescar porque el caudal ha bajado mucho por la presencia de nuevos colonos que cortan los árboles del bosque.
El profesor indígena manifiesta que a pesar de que la educación es bilingüe, español-mayagna, los niños enfrentan el problema de que no tienen con quien practicar el nuevo idioma, porque en la comunidad todos hablan mayagna, a excepción de dos niños que venían de un caserío vecino y que dejaron de llegar a clases cuando inauguraron una escuela en su comunidad.

Comunidades y costumbres
La mayoría de los nativos aún conservan muchas tradiciones y costumbres propias de su cultura precolombina.
24 mil habitantes de los pueblos indígenas mayagna y miskitos viven en la Reserva de Bosawas
17 mil miskitos en otras 50 comunidades
7 mil mayagnas habitan en unas 30 comunidades

Fuente: Boletín informativo del Marena